La relación sana que llevo con mi contador
Mi vida antes de conocer al SAT era muy tranquila, nada me preocupaba.
Compraba cosas, dormía tranquila y salía a pasear.
Mi vida cambió cuando conocí al SAT:
Confusión, aburrimiento y fastidio por no entender ni una sola palabra.
Verán, mi relación con el SAT empezó cuando una empresa me contrató como freelance y me dijo que me tenía que dar de alta en el Sistema de Administración Tributaria porque mes con mes tendría que facturar y pagar impuestos a Hacienda.
En fin, saqué mi cita por internet y a la siguiente semana me lancé al SAT con mi memoria USB, documentos y una pluma.
Me pidieron llenar algunos formularios, registraron mis huellas digitales y le tomaron unas cuantas fotos de mi bello rostro.
La mera verdad es que no tenía idea de lo que estaba haciendo en ese edificio frío de sillones marrones y persianas verdes. Había mucha gente formada en la fila, todos como robots, con cara de cansancio.
Fue ahí en donde me topé con Eugenia, una becaria muy parlanchina. Mi luz al final del túnel.
Ella me explicó algunas cosas pero tenía prisa y no se pudo quedar más tiempo porque la habían mandado a sacar varios juegos de copias.
Desde ese momento supe que necesitaría una guía, alguien que me explicara perfectamente qué onda con mi nueva faceta de “freelance” y el SAT.
¿Por qué tengo que declarar al SAT, cuánto tendré qué pagar, es obligatorio hacer esto o yo solita me estoy metiendo a la boca del lobo?
Fue entonces que una conocida del trabajo me recomendó a una contadora. Ella era una persona que no tenía mucho tiempo para resolver mis dudas, solo de vez en cuando me mandaba mensajes avisando que tenía que pagar más y más y más impuestos.
No sabía con exactitud lo que estaba pasando y algunas veces llegué a pensar: ¿Me estará timando?, ¿por qué tengo que pagar tanto dinero?, ¿esta contadora estará haciendo bien su chamba?, ¿y si el SAT me penaliza por algo que yo no cometí? JAJAJA.
Después de darle vueltas al asunto, le dije a esa contadora que bye y me dispuse a buscar otras opciones, algo así como mi alma gemela fiscal y me complace anunciarles que (por fin) lo encontré.
Mi hermana fue la que me compartió el contacto del que ahora es mi contador.
Primero que nada, tuvimos una llamada por Zoom para mostrarme qué onda con el portal del SAT (cosa que la contadora anterior jamás hizo).
Nos dimos cuenta que la contadora anterior había dejado un relajito y varias irregularidades. Me confié porque estaba pagando por un servicio que creí que se estaba haciendo de la manera “correcta” pero no fue así.
Debo admitir que en cierta parte fue mi responsabilidad porque jamás me preocupé por aprender o mínimo darle seguimiento a mis pendientes tributarios.
Hoy me siento contenta porque mi contador es chido y me explica con peras y manzanas sin juzgarme.
Tampoco tengo pena de hablarle de mis dudas más tontas. Es bien bonito recibir una respuesta ligera sin sentir que se está burlando de la obviedad de mis preguntas.
Destina parte de su tiempo para resolver mis dudas y se toma el tiempo necesario para hacerlo.
Ahora recibo mails de actualización para saber qué novedades hay en el SAT y qué tanto me pueden afectar dichos cambios.
No está disponible para mí 24/7 porque no es de mi propiedad y porque también tiene mil cosas qué hacer pero siempre me responde, quizá no de inmediato pero siempre resuelve mis dudas y ya hasta siento que soy amiga del SAT, wow.
La relación sana que llevo con mi contador me hizo darme cuenta de lo importante que es poner especial atención en la gente que nos rodea. Cuando todo fluye, ahí es.
Aplica para todo tipo de relaciones (trabajo, familia, amigos, pareja, socios, etc.)
Si algo no te gusta, muévete de lugar y encuentra a esa persona y espacio seguro que te haga sentir cómodo y respaldado/a. De eso se trata la vida.